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23abr.

Jóvenes migrados, buscadores de dignidad, esperanza y paz

Hace casi dos años que iniciamos el Proyecto de Emancipación Laura Vicuña de la Fundación María Auxiliadora en Torrent y desde entonces, ya hemos atendidos a diez chicos. Para ellos el centro de emancipación no es un simple recurso, sino un hogar donde vivir tranquilo y seguro y donde también, compartir momentos con los compañeros y la familia salesiana que los acompaña en el día a día.

Estos jóvenes vienen de otros recursos residenciales o en situación de calle, muchos sin documentación porque anteriormente no se le había tramitado, sin tarjeta sanitaria que les cubra necesidades básicas, con estrés y duelo provocado por el recorrido migratorio, con sentimiento de culpa por haber abandonado a sus familias y un sinfín de situaciones difíciles de manejar por sí solos.

Los y las jóvenes que vienen a nuestro país no han venido por casualidad. Han abandonado sus casas y se han jugado la vida sin ningún familiar o referente que los acompañe para huir de conflictos armados, buscar mejores oportunidades o por motivos familiares. Y, por si fuera poco, se encuentran con la disyuntiva de buscar una vida mejor mientras se enfrentan con aquellos que ven en la migración una amenaza para nuestro país.

para eso estamos aquí: para ayudarlos, acompañarlos y apoyarlos cuando nos necesiten e intentar, con el paso del tiempo, cicatrizar sus heridas emocionales. También, los y las profesionales del mundo social tenemos otro compromiso, y es el de concienciar a la sociedad de la verdadera situación de estos niños, niñas y adolescentes, rechazando siempre cualquier discurso de odio que estigmatice a este colectivo vulnerable.

El Papa Francisco en su Encíclica Fratelli Tutti expresa con claridad cuál debe nuestra opción y nuestra forma de actuar:

«En algunos países de llegada, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma. Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser «protagonistas de su propio rescate». Nunca se dirá que no son humanos pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.» (39)

No nos olvidemos de que son personas con nombre y apellido y una historia de vida, la cual os invito a leer más abajo, una historia como muchas otras que conocemos que ha tenido que afrontar situaciones de sufrimiento y dolor, pero que siguen luchando cada día por construir un futuro en paz.

«Soy un chico de 19 años de Afganistán. He trabajado desde muy pequeño como barbero en mi país, aunque con 16 años tuve que salir porque está en guerra y donde vivía yo es una zona muy peligrosa. Dejé a toda mi familia allí. Llegué a España en el 2018 en un viaje que duro más de 8 meses del que prefiero no hablar. Cuando vine a Valencia estuve en un centro de acogida de menores y por mi buen comportamiento cuando cumplí los 18 pasé a un piso de emancipación, donde vivo ahora con otros chicos, también musulmanes como yo y a los que les corto el pelo para practicar. En el piso me siento muy a gusto y agradecido. Aquí me han ayudado a arreglar mis papeles, a ser más autónomo y a aprender español. También he hecho muchos cursos y sigo haciendo más cosas para conseguir mi sueño: ser barbero y peluquero en España. Sé que lo conseguiré porque soy fuerte y muy trabajador.»

Patricia del Río, educadora y Coordinadora del Centro de Emancipación Laura Vicuña (Torrent)