Aravaca se despide de la comunidad FMA

El calor apretó, y mucho, en el barrio madrileño de Aravaca la tarde del miércoles 25 de junio, pero eso no impidió que cerca de 200 personas se acercaran hasta la casa para pasar la tarde recordando juntas los 70 años de presencia de las Hijas de María Auxiliadora en esa comunidad. Entre ellas, el Consejo Provincial al completo, una veintena de hermanas que han vivido allí en algún momento de estas últimas décadas, otras tantas que no quisieron perderse la fiesta y acompañar a sus hermanas, además de exalumnos, antiguas alumnas (muchas de ellas de cuando llegaron las hermanas en 1955 y comenzaron con los talleres de costura), miembros de AdMa, familias, salesianos cooperadores, educadores de Valponasca, antiguas profesoras y parte del claustro actual… Un acontecimiento único y precioso el que pudimos disfrutar gracias al esfuerzo de todos los miembros del equipo local de la casa, que lo preparó todo con tanto mimo.

El primer plato fuerte fue la Eucaristía, y es que no podíamos empezar sino dando gracias a Dios por tantos beneficios recibidos. Una celebraciób presidida por D. Samuel Segura, vicario inspectorial de la Inspectoría Santiago el Mayor; concelebrada por D. Gregorio Roldan, párroco de la Asunción de Nuestra Señora de Aravaca; y asistida por el diácono D. Guillermo Ara, antiguo alumno de la casa, apenas ordenado cinco días antes. Pudimos elevar nuestro agradecimiento, como familia salesiana, en medio de un ambiente embargado por la emoción y, al mismo tiempo, por la alegría de sentirnos afortunados por formar parte de la historia salesiana de la casa.

A continuación, y aún con lágrimas en los ojos y el nudo en la garganta, el acto de homenaje comenzaba con un vídeo recopilatorio de fotos de toda la riqueza de las experiencias vividas en la casa aportadas por un sinfín de personas que han pasado por la misma y que mostraron desde las primeras actividades de las hermanas en Aravaca allá por la segunda mitad de la década de los cincuenta del siglo XX hasta la actualidad. Lágrimas, risas, sorpresas, gritos de asombro… No cabían tantas emociones juntas en tan poco espacio. Después del vídeo, se hizo entrega a las hermanas de un pequeño detalle a cada una y sor Loli, la directora, pudo dirigir unas palabras y realizar un gesto precioso con las llaves de la casa, que fueron entregadas al equipo local que toma el relevo de la animación de la obra. Un antiguo alumno que toca virtuosamente el violín pudo deleitarnos con una breve obra, dando el toque distinguido al acto. Y, para finalizar, sor Charo Ten, provincial, nos dirigió unas improvisadas palabras animándonos a no perder la esperanza en este año jubilar y confiando en que los planes de Dios son más grandes que los de cualquiera de nosotros. “Las hermanas dormirán en otra casa, pero la presencia de las FMA queda asegurada en Aravaca”, nos reiteró. Terminado el acto, con la foto de todas las hermanas presentes que han pasado por la casa durante estos 70 años, subimos al patio del colegio, donde pudimos seguir compartiendo reencuentros, historietas, anécdotas y emociones con un sencillo piscolabis.

Sin duda alguna, el paso y la presencia de las hermanas en Aravaca es el fiel reflejo del sueño de Don Bosco para la rama femenina de su familia religiosa y la fidelidad creativa de Maín para ese sueño: mujeres que se dedicaban a las muchachas, primero a los jóvenes en general con el paso de los años, con la finalidad de enseñarles un oficio e instruirles académicamente, pero, sobre todo, con el compromiso de orientarlas a la vida cristiana y hacerlos crecer como personas íntegras.

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A continuación, reproducimos la acción de gracias leída en la Eucaristía que recoge el sentir de todos los que hemos pasado por esa casa:

Hoy, con el corazón lleno de emoción y gratitud, queremos dar gracias. Gracias a cada una de vosotras, nuestras sores, que durante los últimos 70 años habéis hecho de esta casa un verdadero hogar para generaciones de jóvenes.

Vuestra presencia ha sido mucho más que una labor educativa o pastoral: ha sido una entrega total, una vida ofrecida con generosidad, alegría y fe. Habéis sido madres, amigas, consejeras, testigos del amor de Dios en medio de nosotros. Habéis acompañado nuestras risas y nuestras lágrimas, nuestras búsquedas, inquietudes, terquedades, pero también nuestros logros, nuestros sueños y siempre, siempre, con una palabra oportuna, una mirada profunda de fe y una oración silenciosa.

Se podrán tirar edificios y construir otros más funcionales y acordes a las necesidades de los tiempo, podréis dejar “la casa de las monjas” vacía, pero en cada rincón de esta paredes resuenan, y resonarán siempre, vuestras huellas: en los patios donde tanto tiempo, el olor de los rosales o al calor de las gradas hemos pasado tantos ratos jugando con vosotras a la comba, al matado o al baloncesto; en las aulas donde aprendimos no sólo matemáticas o inglés, taquigrafía o pretecnología, sino donde nos enseñasteis el valor de cada gesto, la asunción de las pequeñas responsabilidades y a ser “buenos cristianos y honrados ciudadanos”; en la capilla… sí, en esa capilla de ladrillo, madera y acero donde tantas veces rezamos y cantamos juntas delante de ese pequeño sagrario, con un Cristo siempre con los brazos abiertos y una Madre sosteniéndonos siempre. En Aravaca damos fe de que habéis sido reflejo vivo de María Auxiliadora, esa Madre que no abandona, que sostiene, que guía con ternura y firmeza. Gracias a vosotras, muchos hemos descubierto la fe, hemos crecido en valores, y hemos aprendido que la vida tiene sentido cuando se entrega por amor. Cuando lleguemos al Paraíso, donde nos esperan Don Bosco y Maín, les diremos orgullosas: “Yo soy de la casa salesiana de Aravaca y mucho de lo que soy, se lo debo a las sores”

Gracias por haber sido parte de nuestra historia. Gracias por habernos amado como somos y ver en nosotros ese punto de acceso al bien que Don Bosco y Maín os enseñaron a ver. Gracias por caminar con los jóvenes, por vivir con y entre ellos, por creer en ellos incluso cuando ellos mismos no lo hacen. Gracias por ser hogar cuando se sienten perdidos, refugio cuando se sienten solos, faro cuando todo parece oscuro. Gracias por rezar porcon ellos. y por ellos. Por llevar sus nombres en el corazón y presentarlos ante Dios. Por interceder en silencio, con fe, con ternura. Por confiar en lo que el Señor puede hacer en sus vidas.

Vuestras vidas, tejidas de pequeños gestos cotidianos, de caricias sinceras y puntaditas de amor han sido la mejor escuela de vida que hemos podido tener. Vosotras sois testimonio vivo del amor de Dios: un amor que no abandona, que no exige, que simplemente permanece.

Que Dios os devuelva, con creces, todo lo que habéis sembrado a lo largo de estos 70 años con amor, paciencia y esperanza. En nosotros, desde lo más profundo, brota un GRACIAS por vuestra presencia sencilla pero firme, por ese “sí” diario que se traduce en puertas abiertas, sonrisas eternas, en miradas que abrazan, en silencios que sostienen, en palabras y gestos que animan.

No tenemos palabras suficientes para agradecer tanto bien recibido. Solo podemos elevar nuestra Acción de Gracias, primero a nuestras familias, por confiar en vosotras nuestro cuidado y educación, y, por último, y no por ello menos importante, al Padre, por haber regalado a su Iglesia el carisma salesiano encarnado en mujeres como vosotras.

Dios bendiga a cada Hija de María Auxiliadora, especialmente a las que ha pasado por esta casa, y también a las que ahora nos saludan desde el cielo.

Gracias, gracias… ¡GRACIAS!

Autora: Laura Fradejas