La espiritualidad teresiana en sor María Troncatti
El 15 de octubre de 2025 se celebra la memoria litúrgica de santa Teresa de Ávila (1515-1582), elegida por Don Bosco como patrona del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
En las Constituciones de 1885, Don Bosco escribía en el artículo relativo a la Maestra de novicias: «Santa Teresa quería que las religiosas fueran alegres, sinceras y abiertas… Las hermanas con este carácter son las más aptas para inspirar a las jóvenes y a las personas del siglo estima y amor a la piedad y a la religión» (Reglas o Constituciones para las Hijas de María Auxiliadora agregadas a la Sociedad Salesiana, Turín 1885, Tit. IX,5).
Sin duda, Don Bosco quiso dar a las FMA una maestra de vida espiritual que supiera unir la contemplación y la acción en una síntesis armoniosa, verdadera raíz de la creativa iniciativa de la gran reformadora y fundadora española.
Las FMA de los orígenes, sin embargo, tenían dificultades para vivir así. En una carta desde Borgo San Martino, sor Luigina Boccalatte escribía que entre el 25 y el 29 de junio de 1882 Don Bosco vino a celebrar la Santa Misa en los días de la fiesta de San Luis Gonzaga: «No le cuento del trabajo extraordinario y de cuánta gente se reunió, incluso de los pueblos vecinos». La religiosa cuenta: «Le dijimos [a Don Bosco] que no nos quedaba tiempo para nuestras prácticas de piedad y que por la noche nos entraba sueño. Y él respondió: “Recen tres Ave María lo mejor que puedan y vayan a dormir tranquilas, porque ya están cansadas del día; pero en la misa y en la comunión repitan a Jesús que les dé salud, santidad, alegría y perseverancia, y que las convierta en tantas santas Teresas”» (Cron. IV, 155-156).
También la beata sor María Troncatti, FMA (1883-1969), que el 19 de octubre será canonizada por León XIV en Roma, en la plaza de San Pedro, supo conjugar la contemplación y la acción, dando testimonio con igual fuerza de la confianza en Dios y en María Auxiliadora y de la creatividad y la audacia apostólicas.
Los testigos afirman: «La oración era su alimento diario: le gustaba estar en la capilla a pesar del poco tiempo disponible, pero aprovechaba las primeras horas del día, las de la siesta de los enfermos y las de la tarde… ¡y rezaba! Sin embargo, cuando la llamaban para asistir a los enfermos, abandonaba inmediatamente la capilla para ir a cuidar de los necesitados».
Cuando era novicia, escribió unas palabras que reflejan la espiritualidad teresiana: «Señor, quiero ser tuya para siempre. Oh, Jesús, he dejado todo lo que más quería para venir a servirte, para santificar mi alma. Sí, lo he abandonado todo: ahora solo me quedas tú, pero tú me bastas. Jesús, hazme buena y perseverante en el estado al que me has llamado: ¡haz que te sirva siempre fielmente! Haz que todos me olviden para ser solo tuya; aléjame de todos para ser tu juguete… Dame mucho amor, mucho espíritu de sacrificio, de humildad, de abnegación, para ser instrumento de bien para tantas almas pobres». Estas palabras fueron encontradas entre sus cosas después de su muerte.
En la documentación del proceso de beatificación se lee: «¿Cómo vivía la oración sor María? (…) Podemos afirmar que la Sierva de Dios vivía siempre en las cimas de la oración y que, por lo tanto, como se dijo del fundador Don Bosco, «era la unión con Dios». Imitaba la actitud de Jesús, que «pasaba la noche en oración» y que, después del bautismo en el Jordán, «se quedó allí orando». La hermana Troncatti se ponía en adoración ante el sagrario todas las mañanas de 4 a 5. Así comenzaba el día; luego, los sábados, participaba en el «rosario de la aurora» con los fieles piadosos para reunirse a la hora establecida en la iglesia junto con la comunidad para la meditación y la santa misa.
A lo largo del día, no solo convertía el trabajo en una oración incesante, sino que rezaba casi continuamente: así lo atestiguan numerosos testimonios de personas de las más diversas categorías, que veían en su actitud la transparencia de una fe serena, convencida y activa».
Una postulante que conoció a sor María en 1920 cuenta: «Nunca se la veía ansiosa u ocupada, pero siempre trabajadora, con una actitud de paz que revelaba un auténtico «recogimiento» interior de una persona inmersa en Dios».
Como enseña Santa Teresa, «la hermana María vive cada instante de su vida en una valiente proyección de fe que ilumina su camino en las circunstancias más difíciles. Su confiado abandono en las manos de Dios, Padre providencial y Amor infinito, no la hace ni pasiva ni indefensa. Sabe que en la viña del Señor es el sol de la gracia el que madura los frutos, pero también se necesita el trabajo alegre y laborioso de los obreros. Por eso, su laboriosidad es incansable: desde el grandioso proyecto del hospital hasta el interés por que el pequeño shuar tenga un bonito traje para la fiesta del bautismo o la primera comunión; desde las celebraciones marianas hasta el interés por la novia de su ahijado, que debe ir a la ciudad.
Su intensa actividad está marcada por el ritmo de la oración: «Una mirada al crucifijo que llevo al cuello me da vida y alas para trabajar» (L. 16 – Proc. p. 67). Se repite a sí misma lo que escribe a sus familiares: «Jesús dio su sangre también por estos desgraciados» (Summarium, 517).
Y así, dos santas tan diferentes, distantes en el tiempo y en el espacio, se remiten mutuamente y animan al hombre y a la mujer de hoy a vivir la fe como fuerza transformadora y humanizadora del contexto actual.
Fuente: Instituto FMA