100 AÑOS DE LA PROFESIÓN RELIGIOSA Y 20 AÑOS DE LA BEATIFICACIÓN
Sor Eusebia Palomino
Juventud
Salí de mi casa con gran sacrificio.
Desde muy pequeña la vida de Eusebia está ligada a la necesidad de ayudar a su familia en la precaria economía familiar. Ella misma cuenta que, en Cantalpino, comenzó a trabajar de niñera siendo muy pequeña por la mañana y por la tarde cuidando vacas.
Pasados dos años, como su hermana Dolores ya trabajaba en Salamanca, sus padres la mandan también con ella, ya que ganaría más dinero que en Cantalpino. Eusebia tiene tan solo 12 años. Vivir en la ciudad fue un acto de mucha dificultad para la niña Eusebia, obligándola a separarse de sus padres, aunque bien sabía que no había otro camino para los pobres como ellos.
A los seis meses de trabajo, le invade una nostalgia muy grande de sus padres y regresa a Cantalpino disgustándolos mucho, ya que sabían que estando en Salamanca tendría mejores oportunidades de futuro.
Con gran sacrificio, vuelve a Salamanca encontrando en el Asilo de San Rafael un trabajo y una familia que la acoge, proporcionándole lecturas y la posibilidad de participar en la escuela dominical.
Ya sabes, Madre mía, que yo lo que quiero es agradarte, ser siempre tuya, y hacerme santa.
Salamanca
Siente una fuerza interior que la atrae.
En la ciudad, entre las callejuelas, descubre una vida interior que la atrae en el silencio de su pobre corazón y siente un gran deseo de entregarse totalmente a Dios.
Camina por la ciudad, descubriendo conventos como las ursulinas o las adoratrices, y pequeños espacios donde rezar a María Santísima.
En su interior nace el deseo de ser toda para Dios, desde el silencio de la oración y la contemplación, pero convencida y resignada que por su condición pobre no podría pensar en aquello como una posibilidad.
En el trabajo, Eusebia se encuentra una medalla del Sagrado Corazón y María Auxiliadora. Ese hallazgo la llena de gozo diciéndose “algún gran regalo me va a traer la Virgen de esta medalla”. Y la engarzó en su rosario.
Paseando por los alrededores de la casa de los salesianos siente, cada vez que se acerca, una fuerza interior que la atrae.
Algún gran regalo me va a traer la Virgen de esta medalla.
Salamanca y María Auxiliadora
Sentí que María Auxiliadora me decía: “Aquí es donde yo te quiero”.
Un domingo saliendo de los Jesuitas como de costumbre, se encontró con la procesión de María Auxiliadora. Reconociendo la imagen de la medallita, se puso de rodillas y rezó: “ya sabes, Madre mía, que lo que yo quiero es agradarte”.
Quince días más tarde, de camino a las clases dominicales, una muchacha la invita al oratorio de las salesianas. A penas entra en la casa, se encuentra con la imagen de María Auxiliadora que estaba en la capilla, el estómago le da un vuelco y siente que le dice: “Aquí es donde yo te quiero”. Desde ese momento tiene claro que quiere dar respuesta a esa llamada y ser Hija de María Auxiliadora.
Varias semanas después, las hermanas le dan trabajo en el colegio para ayudar en las cosas de la casa y acompañar a las niñas a estudiar.
Los planes de Dios se iban abriendo camino. A Eusebia le cambia la vida y tiene la posibilidad de dar respuesta a su vocación. Trabaja en la cocina, en la ropería, en la limpieza de la casa. Se sentía inmensamente feliz, pues en su corazón llevaba el deseo de ser religiosa y confiaba en Dios.
Cuenta Eusebia que fue admitida en el Instituto de las Salesianas de una manera admirable y providente. Realizó su postulantado en Salamanca ayudando en la cocina y en la ropería.
Madre mía, por qué no me buscas un rinconcito en esos lugares para que yo pueda amarte.